El lunes pasado mi profesora Rosa (de esta asignatura) nos dijo que hicieramos una serie de ejercicios con ella.
Uno de ellos consistía en que dos de los alumnos salieran. Un de ellos de cara a nosotros, sin mirar la pantalla digital y otro de espalda a nosotros, quién si estaría mirando la pantalla digital. Consistía en que con las pistas que daba la persona que estuviera mirando la pantalla el otro, sin preguntar, tenía que dibujar lo que le decía.
El otro juego consistió en que tres de nosotros, de manera voluntaria enseñásemos al resto de la clase un objeto importante o significativo para nosotros y, que siempre llevásemos puesto, o en el bolso, cartera, etc. El resto teníamos que decir cosas positivas y cosas negativas que le atribuíamos.
Además de esto, Rosa nos propuso hacer una entrada en la que todos explicásemos un objeto que nos identificase. ¡Así que allá vamos!
El objeto que he decidido son mis cascos del móvil. Sé que muchos de clase seguramente lo hayan cogido igual (e incluso puede que alguna de mis compañeras de grupo) pero tenía claro que iba a ser mi objeto para este ejercicio.
La explicación es la siguiente: nunca me los quito. Os puedo asegurar que he llegado a quedarme dormida con ellos porque a veces, llego a dejar de notar que están puestos.
Pero no es solo por eso, obviamente. He elegido mis cascos por el simple hecho de que gracias a ellos puedo escuchar música. Sé que podría escuchar música sin ellos pero cuando por ejemplo hay gente (con la que no estoy manteniendo una conversación) y prefiero estar escuchando música, me los pongo.
En realidad la música tiene un significado muy grande en mi vida. Veréis. Nací cantando. Así, como lo digo. De pequeña (y con pequeña me refiero a un año) me ponía en frente de la televisión a intentar cantar bien las canciones que salían en la tv. Un poco más grande me ponía al lado de la ventana a cantar para que todos los vecinos me escuchasen, aunque luego me diese vergüenza que me dijeran que cantase delante de alguno.
A los ocho años mi padre me apuntó a traición (el sabía la vergüenza que me daba) a las actuaciones de un coro de mi pueblo: Arte Vocal Juvenil. Entré la última y lo hice la primera. Y entré y, además con esa edad me apunté a piano. Estuve 8 años más en el coro, hasta que por motivos de estudio tuve que dejarlo. Lo que para mi era mi forma de desconectar, con la gente que compartía el mismo sentimiento que yo, había "acabado"
Ahora, simplemente me dedico a cantar en casa, encerrada en el cuarto de baño, por supuesto, porque mi cabeza se imagina que ahí no me escucha nunca nadie (aunque mi casa esté llena de gente)
La música me acompaña a todos lados, desde que me levanto y me preparo para irme a la facultad, en el autobús, para relajarme haciendo alguna tarea como escribir alguna entrada en mi blog, para cocinar, hasta para dormir.
Además, la utilizo también cuando estoy haciendo deporte, pues el ritmo me hace ir más rápido o más lento y me ayuda a motivarme y a dar más de mi.
La música me ayuda a tele-transportarme, a otro planeta donde solo habito yo. Sinceramente, no sé explicar la cantidad de sensaciones que causan en mi todas y cada una de las canciones que escucho y que escucharé a lo largo de mi vida, porque la música es para siempre y lo que le da sentido a mi vida.
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